Nací en un día soleado, era casi verano ya, en un entorno motero, mi padre mecánico y mi madre motera.
Recuerdo aquellos días en los que me explicaban cuando iban a concentraciones, veía fotos, pero lo mejor de aquello era ver como les brillaban los ojos al hablar de motos.
Me cambiaban los pañales en un taller de motos, cuando me fui haciendo más grande estaba todos los días allí, jugaba, pero no como los niños que jugaba con sus muñecos, yo era especial, me divertía desmontando motosierras que ya estaban estropeados. A pesar de todo, era muy feliz. No he sido más feliz en mi vida que en esos momentos que pasaba en el taller. Aunque cuando mi padre competía en motocross y me llevaba a los circuitos, debería de tener unos tres añitos, no lo recuerdo con claridad, solo recuerdo como me sentía en el momento
en el que me subía a la Kawasaki 125cc, delante veía todo el circuito, me sentía segura encima, la reina.
Se tuvo que cerrar el taller, a mi padre lo he visto de muchas maneras y aunque él no lo reconozca estaba hundido, yo estaba igual. Después de aquello me fui alejando, no veía tan apenas las carreras en la televisión, empecé a vivir lo que era el mundo del quad.
Ahora puedo decir que 12 años después de todo, me sigue doliendo mucho, pero he vuelto a recuperar esa afición que tengo por las motos y no lo cambiaría por nada en el mundo.
Siempre he sido criticada y dejada de lado porque que a una mujer le guste todo este mundo, todavía, por desgracia, hay gente que no lo ve bien. Con mucho orgullo y con la cabeza bien alta digo que me gustan las motos, no solo que me gustan, sino que son mi vida. Las motos es lo que me da la vida, esa gasolina suficiente que necesito para seguir viviendo, es una sensación que una vez que la pruebas ya no puedes vivir sin ella. Libertad, pasión, confianza,…
V’s a todos aquellos a los que perdimos en la carretera y aquellos que todavía siguen disfrutando de las motos.
