Salí de la ducha y me miré en el espejo. El reflejo mostraba mi cara de resaca y a una mujer que intentaba desesperadamente, ser feliz. No me resignaría a más noches de soledad y borrachera. Rápidamente, salí del baño gritando:
-¡Carmen, me voy al aeropuerto! Llama a un taxi…
No había tiempo de explicaciones.
-¿Vas a ir detrás de Mario como si fueses su perro?
-Sí, lo has resumido perfectamente. ¡Llama-al-maldito-taxi!
Tampoco tenía tiempo para discutir.
-Si quieres te llevo —resopló resignada—, Brenda está abajo.
-¿Viniste en moto? ¡Si vives a diez minutos!
-Sí, a diez minutos andando y a tres, en moto.
No sé de qué me extrañaba. Brenda era la preciosa custom de mi amiga y una prolongación de su cuerpo. Solo se separaban para ir al baño y sospechaba, que no siempre.
-Mejor que Brenda no sepa nada, ella… odia a Mario.
En el control de seguridad del aeropuerto, decenas de pasajeros colocaban sus pertenencias en bandejas de plástico. Conseguí colarme y llegar a la cabecera de la fila. Cuando estuve frente a la vigilante de seguridad me quedé paralizada. La mujer, de unos treinta años, era alta, morena, con pelo rapado y cara de pocos amigos. Sin Mario, sin tarjeta de embarque, ni tiempo para sacar un nuevo billete, no sabía qué decir.
-Había quedado con mi novio y he llegado tarde. -Pensé que la verdad era el camino más corto¾. Estará esperando para embarcar, y tiene mi billete.
La vigilante frunció el ceño, dirigiendo la vista hacia las personas que hacían cola detrás de mí. Se disponía a decirme que me largase, cuando supliqué:
-Por favor…, hemos discutido… Si no voy con él todo habrá terminado.
No me contestó. Se giró y con un gesto llamó a su compañero. Empecé a temblar pensando que entre los dos me sacarían a rastras.
-Tengo que acompañar a esta pasajera. Ahora vuelvo -dijo con un acento dulce que desmentía su agresivo aspecto.
-Venga conmigo- ordenó dirigiéndose a mí.
Estaba tan sorprendida que no podía articular palabra, asentí con la cabeza y seguí a la vigilante hacia la zona de escáneres. Rápidamente, coloqué la mochila en la cinta y pasé bajo el arco de seguridad. Gracias a Dios no pitó.
Al llegar a la puerta de embarque mis esperanzas se esfumaron. Nadie estaba esperando.
Cerca del mostrador conversaban dos azafatas impecablemente, ataviadas; saltándome toda norma de educación, les pregunté a bocajarro:
-¿Ya han embarcado?
-Sí, el vuelo se ha cerrado en hora ¾respondió una de las azafatas, henchida de orgullo.
Volví sobre mis pasos mientras asumía que mi pasado volaba rumbo Ámsterdam, y que mi presente era una espantosa resaca.
En el aparcamiento me esperaba Carmen. Me acerqué a su lado y conteniendo las lágrimas, le pregunté:
-¿Qué te parece si, durante un tiempo, paso de tíos y me agencio una moto como pareja estable?
-Te diría, que es la decisión más sensata que has tomado en toda tu vida ¾contestó mientras me abrazaba.