La historia de Ebba

ebba accidente fellbach, historia de ebba, accidente en moto

Compartir

Categoría

Instagram

ÍNDICE/ GUÍA DE CONTENIDOS

Ebba es una chica de Stutgar que conocí hace dos años. La conocí en una macro exposición felina que se celebraba en la ciudad alemana de Fellbach, muy cerca del lugar de origen de Ebba. Os preguntaréis qué hacía una motera como yo en un evento gatuno como ése. Sencillo: me encantan los gatos. Tengo la suerte de compartir mi vida con cuatro y uno de ellos, un persa negro muy precioso (yo qué voy a decir, claro está) que se llama Delu y que hace con sus mimos y su compañía que la vida valga la pena, es un gato de show.

A mí siempre me ha gustado viajar. Un seis de enero por la noche de hace dos años, salimos de viaje a Fellbach mi Delusito y yo para participar en aquella exposición felina. Entre los más de cuatrocientos gatos que participaban estaba Maus, un increíble bosque de Noruega (para quienes no sean entendidos, es una raza de gatos muy común en el norte de Europa, especialmente en los países escandinavos, de pelo semi largo y carácter afable). A Maus lo llevaba su dueña, Ebba. Se acercó a mí porque, junto con el nombre y número del gato, los dueños llevábamos nuestro nombre en una etiqueta y, como muchas sabéis el mío, Berta, es de origen alemán.

A Ebba le llamó la atención una alemana tan absolutamente morena como yo y se acercó a hablar conmigo entre juicio y juicio.

¿Quién es Ebba?

Ebba es una mujer increíblemente guapa. Y sin embargo, tenía la mirada más increíblemente triste que yo haya visto nunca. Al finalizar el día se acercó a la sturdi (una especie de jaula de tela para gatos) de Delu y se fijó en mi chupa motera, colgada en la silla. Me preguntó si me gustaban las motos, le dije que sí, me contó que a ella, antes, también. ¿Antes? Antes. Me costó los tres días de exposición descubrir el misterio pero al final, en la última jornada, me lo contó.

Y en un solo momento, es destino golpeó a Ebba con toda su fuerza.

Hasta 2007, acudía todos los años a la exposición de Fellbach con su hermana. Los gatos eran, junto con las motos, su ilusión. Tres años atrás, en cambio, en lugar de acudir a la exposición felina, Ebba convenció a su hermana Ángela para venirse las dos a España, a la Pingüinos. Era su ilusión y nunca se decidían a venir porque las fechas de ambos eventos coinciden. Ebba podría haber viajado sola. Pero siempre lo hacían juntas (Ebba a los mandos y su hermana en el asiento de atrás). Así que tenía que compartir aquello con ella. Le costó que cediera pero al final, Ángela aceptó dejar a Maus en casa (así me enteré de que Maus no era en realidad su gato, sino el de su hermana) y acompañar a Ebba hasta Valladolid.

Eso sí, la acompañaría con la condición de que, esta vez, no lo haría de paquete. Aunque les saliera más caro. Ángela tenía moto propia, así que, en esa ocasión, decidió que la llevaría en su largo viaje hasta la capital invernal motera de España. Pero a veces el destino, la carretera, la vida, es quien tiene la última palabra. Ángela sufrió un accidente a treinta kilómetros de Valladolid.

Murió en el acto, o eso al menos le entendí a Ebba. Bastante hacía yo con intentar no llorar y entenderla y responderle en inglés. Lo contaba con la tranquilidad de la nieve que cae cuando cuaja, como si se hiciera un silencio sordo alrededor. “Paramos en un área de servicio y me dijo que se adelantaba, que la carretera estaba bien, que quería probar un poco la moto, como en los viejos tiempos”. Esa fue su última conversación.

Ebba ni siquiera fue capaz de reconocer la moto de su hermana cuando pasó junto a ella, del estado en que quedó. “Cuando llegué al hotel y no estaba…”. Volvió sobre sus pasos. Donde debería haber un guardarraíl y una moto estaban terminando de retirar un amasijo de hierros. Y alguien le explicó.

Desde entonces, Ebba no falta nunca a su cita en Fellbach

Os cuento esta historia porque, además de llegarme al alma cuando Ebba me la contó (después de aquella primera vez hemos hablado de ello muchas más y nunca deja de conmoverme), durante toda la conversación, mi entonces conocida y ahora amiga alemana no dejaba de repetir “si hubiera viajado conmigo”. Y cómo desde la muerte de su hermana no había sido capaz de volver a llevar a nadie más como copiloto. Así que, desde entonces, Ebba no ha faltado a la cita con la exposición felina de Fellbach.

Todos los años trae a Maus. “Se lo debo a mi hermana” me decía. “Era su ilusión”. Hay personas que quizá no lleven flores a los cementerios, ni las pongan en las cunetas de las carreteras. Que quizá nunca hablen de los seres que han perdido ni eleven nunca por ellos al cielo una oración. Las hay que, simplemente, cada mes de enero, sacan de exposición a un gato que no es el suyo, como si lo fuera.

En memoria de aquellas otras personas que dejaron su vida, sin esperarlo, en la carretera.