La rauda, una pasión indescifrable (por Carolina Jimenez)

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No pretendo que éste relato sea visto como una crónica mágica o mucho menos una fábula; simplemente reconstruiré los hechos que viví la primavera pasada al lado de Víctor, y su inseparable colega de travesías, una vieja Yamaha XT500, cuya procedencia era tan desconocida como su fin último. La Rauda, como le llamaba él; fue un obsequio por parte de su padre quien le mencionó a Víctor “su velocidad, estilo pulcro y rendimiento versátil”, según éste era lo mejor que Víctor tendría en mucho tiempo. Por su parte éste último no sintió interés alguno por la motocicleta que se le estaba entregando, al fin y al cabo su único anhelo era un vehículo para transportarse.

La tarde en que conocí a Víctor fue especialmente intensa, acababan de culminar las carreras del Dakar, y éstas eran transmitidas en un viejo bar del pueblo, allí nos encontrábamos con un par de amigos en común que año tras año revivía la emoción de estas contiendas extremas, al momento de nuestra salida de aquella cervecería, acordamos en que Víctor me llevaría a casa puesto que su camino lo obligaba a transitar cerca de allí; durante el recorrido intercambiamos algunas palabras, hasta que éste decidió detenerse cerca de un pequeño bosque y estacionó La Rauda; Víctor fijó su mirada hacia el firmamento, en ese instante salieron de su boca las palabras que en un principio consideré un chiste malo pero hoy, en este instante regresan a mi cabeza tan indudablemente como una profecía:” Si las fantasías se cumplen, quisiera que la mía sea al lado de La Rauda, recorrería Suramérica entera en ella, es tan rápida que éste continente es minúsculo comparado con su velocidad”, aunque su afirmación la percibí en gran medida como un sueño frustrado, el tiempo me demostraría que la pasión puede lograr que se lleven a cabo los más utópicos anhelos. Luego de ésta pausa inesperada nos detuvimos en una acera aledaña a mi residencia; agradecí a Víctor por acercarme, intercambiamos números telefónicos y acordamos vernos próximamente –“tal vez nos encaminemos a ver las estrellas y la luna llena”- sentenció antes de alejarse. En los días posteriores atravesamos en La Rauda el pueblo entero, el gélido lago Ónix, la escarpada montaña Alves y en general las calles y Avenidas.

Puedo decir que tuve cierto donaire con respecto a manejar La Rauda, la curiosidad y adrenalina de subirme a una motocicleta me  impulsaron a conducirla en muchos de los sitios en los cuales estuvimos. A pesar de todo, Víctor tenía barruntos extraños de partir le cuestioné y efectivamente me manifestó su proyecto; se marcharía en una semana al amanecer, sin rumbo fijo, La Rauda se encargaría de ello, lo único certero dijo era que Suramérica probaría las llantas, la velocidad y el cilindraje de su Yamaha. El día indicado llegó, Víctor puso en funcionamiento su motocicleta y emprendió su travesía. Recuerdo su despedida: “Esta vez probaré suerte solo, pero en los otros continentes estarás conmigo” sentenció.

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