Este fin de semana, Mujeres Moteras celebró en Barcelona su cena de Navidad. Cuando Berta Doria me avisó del evento, me apunté enseguida, a pesar de que como sabéis, de momento no tengo moto y ejerzo de motera desde el asiento trasero de una. Concretamente desde el de mi hermano o el de mi mejor amigo.
Uno de los atractivos de la cena era la ruta en moto previa que Berta había organizado por el centro de la Condal. Para poder participar, yo necesitaba que alguien quisiera llevarme en su asiento trasero y ese alguien fue Adri, quien me soportó como copiloto sin quejarse ni una vez. Y eso que tenía motivos. Os cuento.
Siempre que hablamos de copilotos, lo hacemos pensando desde la perspectiva del piloto: cómo ayudar a no incordiar en la conducción, cómo viajar con un nuevo copiloto, qué precauciones tomar… Pero ¿qué pasa si de lo que cambias es de piloto y, sobre todo, de moto? El sábado, en Barcelona, descubrí que soy bastante peor copiloto de lo que yo creía.
Y es que después de seis años siendo la lugarteniente de dos personas con motos tipo Burgman o Goldwing, pasar a una RS (aunque fuera una Yamaha R1, mi moto preferida desde que Carlos Checa tuvo una en su paso por Yamaha durante el Mundial de Motociclismo) y con un piloto a quien no conoces, es complicado.
Pensándolo bien, viajar con un desconocido en una moto diferente tras seis años siendo copiloto de la misma persona y en la misma moto se parece mucho al sexo: a acostarte con alguien nuevo por primera vez después de una larga relación de pareja. En ambas situaciones tienes más miedo que vergüenza, muchos nervios por quedar bien y no parecer torpe, acaba siendo mejor de lo que pensaste y te percatas de que te falta la confianza necesaria con (que no en) la otra persona como para que todo hubiera salido más natural.
Y vosotros… ¿Qué opináis? ¿Habéis vivido muchos cambios de piloto? ¿Cómo los lleváis? ¿Qué os resulta más complicado: cambiar de piloto o de tipo de moto?
Nos leemos en dos semanas.
Ráfagas traseras!
