Setiembre de 2008, Rugby y motos:
Hace un año, desde el triunfo de Los Pumas en Francia, me viene dando vueltas en la cabeza el recuerdo de mi primer dentista, amigo de mi padre y también vecino de Núñez, el barrio de mi infancia.
Era un entusiasta jugador de rugby, hiperquinético y bromista, contando siempre picardías con un vozarrón que no parecía acorde con su físico menudo, siempre con alguna fractura en la nariz o en algún dedo, producto del deporte que practicaba. Era también un fanático de las motos y el primero que estimuló mi amor por ellas.
Estábamos en los primeros años cincuenta y había una eclosión de motocicletas y motonetas, algunas fabricados en el país, como las Gileras, Siambrettas, Pumas etc. y otras importadas, en su mayoría italianas, inglesas y alemanas.
Mi padre las detestaba y yo entonces, desde los doce años las quise, seguramente para independizar mi criterio y afirmarme, o tal vez por simple espíritu de contradicción, y a los quince tuve mi primera máquina.
Desde ese momento y hasta hoy, próximo a cumplir los setenta años, hubo continuamente una moto esperándome para llevarme al trabajo o a pasear.
Nunca corrí riesgos innecesarios, siempre fui prudente y durante cincuenta años las reparé (dentro de mis posibilidades), y disfruté armándolas y desarmándolas como si fueran un rompecabezas. Además eran mi transporte habitual.
Pero el fin de semana pasado llevé mi última moto en su último viaje. No más motos para mí. Hace años que mi esposa y mi hija las detestan, asustadas por la violencia y los robos, tienen miedo y con razón, pero igual me duele.
El dentista que mencioné al principio, ya fallecido, era el doctor Pichot, abuelo de Agustín Pichot, capitán de Los Pumas, el equipo de rugby que tuvo un desempeño brillante en el Mundial jugado en Francia.
Su rostro, asombrosamente igual al de su abuelo, me mira desde una gigantografía de 15 x 15 metros, ubicada sobre una gran casa de artículos deportivos en la concurrida esquina de Cabildo y Juramento, barrio de Belgrano, mientras espero que el semáforo me dé paso, y parece decirme: “ Hacés bien en dejar la moto, todavía estás a tiempo…” Cambia la luz a verde y cuando arranco le contesto a esa cara conocida:
-No me diga nada, doctor,… si usted sabe que la experiencia es intransferible…
Pero yo estoy llevando mi última moto, mi querida Suzuki GS 500 a su nuevo dueño y no me abandona la sensación de pérdida. Ojalá la quiera y la cuide como yo.