Será en otra vida…

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Desde que tengo recuerdos, me han fascinado las motos. Cuando a otros niños les asustaba el ruido del motor, yo aplaudía emocionada. Me hubiese montado en la moto de cualquiera y ¡¡vámonos al fin del mundo!!. La cuestión es que me tocaron unos padres maravillosos pero muy protectores, y a la primera mención por mi parte de tener una moto… Me dijeron lo mismo que sobre tener perros y gatos; No.

Así que me pasé la adolescencia mirando con envidia a todos aquellos que podían llevar un ciclomotor. Después tuve la suerte de conocer a un par de moteros que estaban dispuestos a llevarme a dar paseos, únicamente para rodar a todo gas por carreteras y autovías. Era increíble, no había nada igual. Pero no conseguí que nadie me enseñara a andar en una de ellas y sacarme el carné.

Cuando me independicé lo primero que hice fue adoptar una gatita pero seguía sin tener ocasión de conducir una moto, perdí de vista a moteros dispuestos a pasearme y me saqué el carné de coche. Y aunque no dejé nunca de aprovechar una invitación a acompañar a un motero, fui asumiendo que yo no me pondría delante de ninguna máquina. Mi frase al respecto era: lo de ser motera, ya será en otra vida…

Y me conformaba con volver la cabeza siempre que veía pasar una moto, disfrutar del sonido del motor, y con la certeza de la increíble experiencia que tenían esos otros en sus monturas.

Ya a mi edad… ha tenido que ser mi marido el que tomara la decisión por mí. Este año decidió que el regalo por mi 41 cumpleaños iba a ser mi gran ilusión: una moto, y  yo… ¿estás loco? ¿Cómo voy a aprender a estas alturas? Y su respuesta fue: ahora o nunca.

Y así ha sido, llegó mi Shadow 125, mi perla negra, y con ella todas las sensaciones: miedo al principio, frustración, alguna caída en parado… llegué a soñar que la pilotaba bailando en las curvas. Pero poco a poco llegó todo lo demás, la satisfacción tras el esfuerzo, la libertad, esa intimidad que vas tejiendo con tu máquina, la superación cada día y cada curva, descubrir mi propia capacidad de ser constante y tener una fe inquebrantable en que iba a lograrlo, la alegría inmensa de ponerla por primera vez a 100 en autovía…

Soy motera, lo he sido siempre, sigo emocionándome hasta las lágrimas cuando oigo rugir un grupo de motos por la carretera, pero además ahora soy uno de ellos. Y me hace muy feliz.

¡¡Gracias compañero por el empujón!!

Mai

Mujeres Moteras