Un corazón sobre dos ruedas (por Concepción Liébana)

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Un corazón sobre dos ruedas: Amanecía despacio, risueño, con el límite del cielo dispuesto sobre mis propias ruedas, con aquel sonoro ruido inundándome cada átomo de piel. Me sentía diferente, libre, con un nuevo soplo de aire fresco dándome de lleno en la cara, el pelo ondulando desde primera hora de la mañana. Era una clarividencia, un suspense que proclamaba entre gritos no dichos lo afortunada que me sentía por experimentar mi propia metamorfosis. No había una explicación que pudiera ser más sencilla y plausible. Cada parte de motor, rueda, filamento, salpicadero y todo elemento de esa furia inanimada, me proporcionaba la determinación necesaria para dejarlo todo atrás y suspirar por nuevas aventuras; tal vez en otra ciudad, en otro mundo, quién sabe si en otro universo lo suficientemente cercano y factible.

El encanto residía en la promesa irreversible de no ponerse límites. Y eso es lo que hacía; con tanto ahínco, pasión, humor y anhelo que me costaba un mundo no llorar. Era una fiel representación de Prometeo desencadenado, como Ícaro volando directamente hacia su sol, como la primavera esperando su verano.

Dicen que cuando la furia se desata, sólo el tiempo puede proporcionarle la clave para retornar a la calma, y eso era precisamente lo que me describía a mí y a mi amiga de metal y caucho. Su tubo de escape dejaba paso a esa onda sonora que emitía una melodía que se antojaba indescifrable en oídos inexpertos, pero para mí, suponía la cumbre de la tonalidad que me urgía para inspirarme. La luz trasera discernía entre el camino andado y el que faltaba aún por recorrer. Las llantas brillaban sin demora con cada nuevo impacto de los rayos que alcanzaban a tocar la cúspide más alta del cielo.

Dándome esperanzas, alejándome de esa claustrofobia que me definía de la manera equivocada. Tengo claro que me integridad no acaba en la fina capa de mi piel, en el último resquicio de quién soy. No, claro que no. Mi persona empieza y acaba cuando yo lo decido. Y desde que encontré a esa amiga que aplaca temores, que vence la soledad y destruye los malos sabores, he comprendido que un alma gemela no tiene por qué ser de carne y hueso, no tiene por qué responderte. Sencillamente sabes que estará ahí. Ella lo estaba, aguardándome en el garaje, preparándose para otro viaje tan sabido como inesperado.

Si me preguntas, eso será exactamente lo que te diré. Porque sin una, no existe la otra. Tengo dos piernas, dos brazos, un corazón y dos ruedas. No me preguntes cómo; es algo que se sabe de manera innata. Si quieres conocerme, te invito a venir conmigo. Siempre es bueno tener sitio para dos.

 Mujeres Moteras