Una carretera sin fin (por Roser Marons)

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Una carretera sin fin: La velocidad, el viento, la naturaleza, las curvas peligrosas, ser tú quien mandas en ellas, sentirse libre y seguro. ¿Hay alguna afición que comportara todas esas sensaciones? Yo creo que no, así que por estas razones me gustaba correr encima de esa máquina de dos ruedas que tú mandas y diriges por donde tú quieres ir, correr a máxima velocidad cuando te plazca o ir de paseo cuando quieres saborear más la naturaleza que te rodea.

Mi moto y yo, fuimos en dirección el pequeño pueblo La Llacuna, conocido por sus curvas que cortan la naturaleza de las montañas del mediterráneo. Había salido el sol después de una noche de lluvia que limpió las calles de esas hojas amarillas naranjadas, que se habían desprendido por la llegada del otoño. Me alejé del pueblo haciendo la rotonda que se dirigía hacia Pacs. Después cruzaba Sant Martí Sarroca, donde me había encontrado con otros moteros que regresaban del lugar, con sus monos deportivos de colorines que ajustaban a su cuerpo y su casco conjuntado con una visera negra que impedía ver la mirada de ese conductor, y levantábamos la mano haciendo el signo con los dedos de v, de saludo.

Había un desvío que ponía “La Llacuna”, allí comenzaba la aventura. Me acomodé y empecé a acelerar, vino la primera curva cerrándose hacia la izquierda, puse mi peso en esa dirección haciendo que la moto se inclinara y tomara ese giro. Unos segundos después venía otra, que giraba a la derecha y me deslicé sobre la moto hacía el lado contrario. Después de unas curvas más llegaba mi recta favorita, era una carretera con muy buen asfalto que pasaba por el centro de un campo de olivos. Aceleré provocando que en menos de siete segundos pasara de 40 kilómetros por hora a 170 kilómetros. En esos segundos, era cuando sentía más excitación, sentir cómo tú le pides que corra y ella empuja hacia delante con una fuerza indescriptible provocando que tu adrenalina suba y sentirlo por todo tu cuerpo, y cómo ella corta el viento a su paso, escuchando su motor cómo se va revolucionando y su sonido cada

Estaba llegando al lugar, pero faltaba mi curva predilecta así que me apresuré y tomé la curva que se cerraba con una subida, me colgué de la moto, sentí el ruido de los neumáticos y me incliné hasta notar cómo acariciaba la rodillera en el asfalto y saboreé como fluía por la curva.

Llegué, aparqué la moto siguiendo la hilera de motos estacionadas enfrente del bar del pueblo donde todos los motoristas y ciclistas se tomaban el descanso con unas cervezas en la tarraza. Me saqué los guantes, el casco y pasé la mano por el pelo, intentando arreglar la trenza. Me gustaba sentir la sensación en tener los pies en el suelo y cómo todo tu cuerpo surge de un momento de trance.

Mujeres Moteras